domingo, 26 de mayo de 2013

Un futuro con las preguntas más espinosas (por Pepe Eliaschev)

Ya se agotó el examen de la década transcurrida. Insistir en las revisiones fatigosamente detalladas tiene mucho de maniobra estéril. Es un viejo y persistente vicio argentino, producto de una sociedad que tiende a pesar mucho más para atrás que para adelante. Un día después del décimo aniversario de la década K, los recuentos de glóbulos son casi inocuos. Lo que debería prevalecer es la conjetura fundada sobre cómo seguirá este país de aquí en más, sobre todo de cara a lo que hasta ahora se hizo. Ha recorrido la Argentina un sendero tal que gran parte de lo que acontezca en el inmediato y mediano plazo no podrá alterar decisivamente la dirección de la huella hasta aquí registrada.


INTERROGANTES

¿Qué hacer, para citar un caso, con Aerolíneas Argentinas el día que financiar su colosal déficit sea literalmente inviable? ¿Ponerla a competir en serio? Se fundiría en treinta días. ¿Volver a privatizarla? Nadie la compraría. ¿Cómo proceder con YPF cuando haya que pagarle a Repsol lo que aún no se ha querido encarar, o sea la indemnización debida por su expolio? Si la idea central por la cual YPF fue arrebatada a los ex socios del kirchnerismo que la manejaron hasta 2012 era capturar el maná que vendría del cielo vía los hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta, no prosperará en tiempo y forma, ¿cómo sostener en un par de años la inviabilidad de una petrolera estatal incapaz de acometer con éxito su teórica razón de ser?

Situaciones similares se reproducen con las jubilaciones. El gobierno kirchnerista se apoderó de las administradoras de fondos jubilatorios privados con el pretexto de “recuperar” un dinero colocado voluntariamente por personas largamente aleccionadas por la vieja estafa de las jubilaciones estatales. Esa “recuperación” de las AFJP sólo sirvió para que el Poder Ejecutivo engrosara colosalmente las disponibilidades de una ANSES que fue a su vez convertida en la máquina de hacer realidad los sueños políticos del Gobierno. Con la bandera de la inclusión y la ampliación de derechos, el kirchnerismo derramó a tontas y a locas jubilaciones jamás solventadas sobre aportes previos, mediante las que centenares de miles de personas pasaron a ser acreedoras de unos haberes carecientes de fondos que los hagan sustentables en el futuro. Se sabe que decenas de miles de beneficios son pagados a argentinos que, radicados en el exterior hace mucho tiempo, tramitaron y lograron obtener jubilaciones, pese a vivir hace décadas fuera del país.

ESQUEMA

En esos tres casos centrales (Aerolíneas Argentinas, YPF, jubilaciones) se reprodujo el mismo esquema mental y un procedimiento nacido de una ideología precisa e inconfundible: hay derechos sin deberes, hay garantías sin compromisos jurídicos. La propia Aerolíneas Argentinas nunca fue nacionalizada, mal que les pese a los fanáticos defensores del “modelo”. La única razón por la que sus aviones vuelan por los cielos del mundo sin ser incautados es porque la empresa manejada por La Cámpora jamás fue escriturada en el país y sigue estando a nombre de sus ¿viejos? dueños españoles.

Se trata de un esquema que a lo largo de esta década se ha reiterado con persistencia, un camino crítico al cabo del cual todo “parece” y todo aparenta, manejados mediante conceptos vaciados de efectividad conducente: soberanía, autonomía, derechos, garantías, un himno al voluntarismo que al final del día resulta poco menos que imposible sustentar. El caso del Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, es un punto central. Néstor Kirchner pagó al contado y en su totalidad esos casi 10 mil millones de dólares que la Argentina adeudaba por atrasos en sus compromisos, pero que no se le exigían. No era una deuda acuciante, pero lo importante para él era enunciar la oda a la “recuperación de la soberanía”. Por eso la Argentina se distanció del Fondo, para que el Gobierno no fuera perturbado durante varios años y procediera a montar la farsa insultante de las “estadísticas” del Indec. Pero, de nuevo, se trataba de un desfiladero estrecho y finalmente sin salida: más temprano que tarde, la Argentina se las deberá ver en serio con los organismos internacionales.

LOBOS

Todo así, como si el país hubiera estado jugando en el bosque mientras el lobo no está. Pero, como en el viejo juego infantil, es posible que al lobo no se lo vea, pero está, y termina apareciendo. Mucho enseña sobre esto lo que viene revelando el “socialismo del siglo XXI” del chavismo en Venezuela. El finado “comandante” Hugo Chávez derramó petróleo a precios subsidiados a todo el Caribe e incluso se lo entregó sin cargo a Cuba, pero ahora los venezolanos no tienen papel higiénico. Situación escatológica y de bochorno: el tío Patilludo regaló lo que no tenía, al precio de la limpieza de los traseros criollos, víctimas de la fenomenal y generalizada escasez de productos básicos de la canasta familiar.

Venezuela siguió en ese sentido de la expansiva Cuba de los años ‘60 a los ‘80: La Habana mandaba tropas y armas a todo el mundo, sin privarse de intervenir en todas partes, pero cuando su benefactora Unión Soviética se desplomó en 1990, la isla casi muere de inanición. Ahora es casi lo mismo: sin el petróleo venezolano aportado por el chavismo, Cuba debería reformular la casi totalidad de su sistema socialista, que sería inviable al no existir un tío rico que lo financie, en Moscú o en Caracas.

Son modelos en los que importan más las apariencias que los hechos incontestables. El kirchnerismo habló sin pausas de “memoria, verdad y justicia” para habilitar el desarrollo de noventa juicios en casos de violaciones de derechos humanos durante los años del Proceso. Esto fue consecuencia de la decisión de la Corte Suprema cancelando la vigencia de la ley de obediencia debida de 1987. Era absolutamente cierto que las razones que determinaron la sanción de esa ley hace un cuarto de siglo ya no se sostenían y la Corte hizo lo correcto, como aclaró con énfasis Raúl Alfonsín. Pero las 400 condenas y los mil procesos abiertos de los que se ufana el kirchnerismo aluden a casos en los que la abrumadora mayoría de los encartados son, en el mejor de los casos, septuagenarios. Es revelador y más elocuente que nada subrayar que Jorge Videla se murió este mes teniendo una sola condena judicial firme por sus delitos, la impuesta en 1985 durante el primer gobierno democrático. O sea: se hablaba menos y se hacía más, algo muy diferente al empacho retórico abrumador que el kirchnerismo le ha deparado a la Argentina durante estos 3.650 días de ininterrumpida continuidad.

PASIONES

¿Apasiona ahora la política y se ha encendido la llama sagrada de la vocación militante, como consecuencia de que millares de jóvenes se han fascinado “de nuevo” con la causa de la justicia social? Cuando se ve en la primera fila de las plateas presidenciales a los interlocutores sindicales predilectos de la Casa Rosada (Lescano, Rodríguez, Martínez, Cavalieri, etc.) la sensación es inconfundible. El poder presuntamente nuevo no ha nacido. Sigue siendo un poder estructurado sobre viejas complicidades y antiguas alianzas, con los mismos personajes que pasaron antes por infinitas componendas con los referentes del pasado, desde Ubaldini a Moyano, de Cafiero a Duhalde, y de Menem a Kirchner.

El kirchnerismo ha denominado pasión militante y enamoramiento de la política al fenómeno del “camporismo”, esa extraña construcción que se apellida como el hombre que fue presidente argentino por 49 días hace 40 años, y fue echado por Juan Perón de la Casa Rosada. Los cuadros de La Cámpora, ¿subsistirían fuera del aparato del Estado? Los referentes que ellos veneran, los Montoneros, no vivían de sueldos estatales ni de los aportes voluntarios de la militancia. Se “financiaban” asaltando bancos y cobrando rescate por monumentales secuestros extorsivos. Los camporistas de hoy no se pueden imaginar desvinculados de la infinita generosidad política de un Estado capturado para ellos, pero, como en la vida todo termina, ¿cómo serían sus vidas cuando deban ganárselas por su propia cuenta?

Es cierto; ahora hay asignación universal por hijo y es ley el matrimonio llamado igualitario. Ambas políticas hubiera sido hechas realidad por cualquier otro gobierno, a la corta o a la larga. De hecho, la asignación fue durante años un proyecto de la oposición que el kirchnerismo se negaba a convalidar. El matrimonio legal entre homosexuales trajo tranquilidad a unos pocos millares de parejas, pero ¿cambió el país? ¿Es hoy la Argentina menos desigual, más equitativa y menos espinosa que hace diez años? Ése es un saldo lapidario que se abre de cara al futuro y no se juega en las epifanías indulgentes del oficialismo.

Una línea de balance final es, empero, la más ominosa y angustiante: la sociedad argentina viene siendo azotada por un odio y una división interna sin parangones, políticas de resentimiento y dogmatismo sectario azuzadas desde el poder y que será muy complicado dejar atrás. Ése es el gran interrogante después de diez años de vociferaciones y ensueños transformadores. En algún punto, la Argentina deberá reencontrarse con la hegemonía del orden legal y con la superioridad ética del afecto social.

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