por JUAN CRUZ CÁNDIDO* para Diario Inédito
Octubre de 1983 desde el recuerdo embrionario de un joven militante. Los recuerdos se mezclan con las anécdotas escuchadas y con los documentos históricos. De ese cocktail nace este artículo de Juan Cruz Cándido.
El 30 de Octubre de 1983 me encontró creciendo en el vientre de mi mamá. Hasta ese día, como dice Miguel Hernández, todo -menos el vientre- era todo confuso, futuro fugaz, pasado, baldío y turbio.
Pero el 30 de Octubre la Argentina fue masivamente a llenar de votos las urnas bien guardadas y Raúl Alfonsín, el candidato del radicalismo, aquel que no iba a poder ganarle al candidato de Perón, triunfó en las urnas y con él, sus ideas de reparación moral, judicial y social luego de una dictadura que mutiló a una generación de argentinos, devastó la estructura económica y cercenó los derechos básicos y cuyos crímenes estaba dispuesto a perdonar el Partido Justicialista que hoy gobierna el país.
Evoco el 83, no desde la añoranza de los mejores tiempos vividos, sino desde la mirada de alguien que nació ya en democracia, que no vivió un sólo minuto de su vida sin libertad, que no sabe lo que es tenerle miedo a las fuerzas del Estado.
También lo evoco desde la mirada de quién valora la piedra fundamental que puso Raúl Alfonsín en la historia de nuestra patria y de Latinoamérica. Estas tierras postergadas de América son hoy espacios para la libertad y la paz, para la confrontación de ideas, el conflicto político y el diálogo, la disputa y la concertación: nada de eso sucedía antes de la llegada al gobierno de Raúl Alfonsín.
Alfonsín presidió un país desgarrado y rodeado de dictadores de toda calaña. Democratizó las instituciones y la sociedad argentina, trabajó por expandir estos valores al resto de la región y, al final de su mandato, casi no quedaban gobiernos de facto en los países vecinos y el pueblo chileno le había dicho basta a Pinochet.
El coraje cívico de Alfonsín, que muchas veces iba por encima de la gran mayoría de la sociedad, hizo de la Argentina un país admirado en el mundo.
Había motivos para que ello ocurriera: se investigaron los crímenes cometidos por fuerzas del Estado y fuerzas paraestatales desde 1973 a 1983, se juzgó y condenó a los culpables en un hecho inédito en la historia de la humanidad, se restauraron los principios de la Reforma Universitaria, se pusieron en marcha planes sociales y educativas que inspiraron a otros países, se impulsó el cooperativismo, se consagraron nuevos derechos como el divorcio y la patria potestad compartida, se terminó la censura, se alcanzó la paz con Chile, se desactivaron las hipótesis de conflicto con Brasil, se puso en marcha lo que hoy es el Mercosur, se desarrolló la producción de energía alcanzado el autoabastecimiento por primera vez.
Y fundamentalmente, los argentinos encontramos en Raúl Alfonsín al último presidente que gobernaba con la fuerza del ejemplo.
Pero el 30 de Octubre la Argentina fue masivamente a llenar de votos las urnas bien guardadas y Raúl Alfonsín, el candidato del radicalismo, aquel que no iba a poder ganarle al candidato de Perón, triunfó en las urnas y con él, sus ideas de reparación moral, judicial y social luego de una dictadura que mutiló a una generación de argentinos, devastó la estructura económica y cercenó los derechos básicos y cuyos crímenes estaba dispuesto a perdonar el Partido Justicialista que hoy gobierna el país.
Evoco el 83, no desde la añoranza de los mejores tiempos vividos, sino desde la mirada de alguien que nació ya en democracia, que no vivió un sólo minuto de su vida sin libertad, que no sabe lo que es tenerle miedo a las fuerzas del Estado.
También lo evoco desde la mirada de quién valora la piedra fundamental que puso Raúl Alfonsín en la historia de nuestra patria y de Latinoamérica. Estas tierras postergadas de América son hoy espacios para la libertad y la paz, para la confrontación de ideas, el conflicto político y el diálogo, la disputa y la concertación: nada de eso sucedía antes de la llegada al gobierno de Raúl Alfonsín.
Alfonsín presidió un país desgarrado y rodeado de dictadores de toda calaña. Democratizó las instituciones y la sociedad argentina, trabajó por expandir estos valores al resto de la región y, al final de su mandato, casi no quedaban gobiernos de facto en los países vecinos y el pueblo chileno le había dicho basta a Pinochet.
El coraje cívico de Alfonsín, que muchas veces iba por encima de la gran mayoría de la sociedad, hizo de la Argentina un país admirado en el mundo.
Había motivos para que ello ocurriera: se investigaron los crímenes cometidos por fuerzas del Estado y fuerzas paraestatales desde 1973 a 1983, se juzgó y condenó a los culpables en un hecho inédito en la historia de la humanidad, se restauraron los principios de la Reforma Universitaria, se pusieron en marcha planes sociales y educativas que inspiraron a otros países, se impulsó el cooperativismo, se consagraron nuevos derechos como el divorcio y la patria potestad compartida, se terminó la censura, se alcanzó la paz con Chile, se desactivaron las hipótesis de conflicto con Brasil, se puso en marcha lo que hoy es el Mercosur, se desarrolló la producción de energía alcanzado el autoabastecimiento por primera vez.
Y fundamentalmente, los argentinos encontramos en Raúl Alfonsín al último presidente que gobernaba con la fuerza del ejemplo.
Predicaba la democracia, y era apasionado al discutir pero respetuoso del disenso.
Pedía a todos sacrificios, y ejercitaba la austeridad y rechazaba cualquier privilegio.
Convocaba a defender la libertad conquistada, y cada vez que la sombra del autoritarismo amenazaba con hacer fracasar la transición, ponía el cuerpo como superhéroe de película, pero siendo un mortal más, aunque con la convicción de un estadista y la garra de un patriota.
Nos decía que ningún hombre era más importante que las instituciones de la República, y hasta ofreció su cargo para preservar la democracia recuperada.
Pasaron 30 años de aquel 30 de octubre. Todos tenemos una deuda de gratitud con Raúl Alfonsín: hacer realidad aquel compromiso laico de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Tenemos con qué hacerlo: la democracia que nos legó Raúl Alfonsín.
*Juan Cruz Candido
Presidente Juventud Radical
Provincia de Santa Fe
@CacuUCR
Pedía a todos sacrificios, y ejercitaba la austeridad y rechazaba cualquier privilegio.
Convocaba a defender la libertad conquistada, y cada vez que la sombra del autoritarismo amenazaba con hacer fracasar la transición, ponía el cuerpo como superhéroe de película, pero siendo un mortal más, aunque con la convicción de un estadista y la garra de un patriota.
Nos decía que ningún hombre era más importante que las instituciones de la República, y hasta ofreció su cargo para preservar la democracia recuperada.
Pasaron 30 años de aquel 30 de octubre. Todos tenemos una deuda de gratitud con Raúl Alfonsín: hacer realidad aquel compromiso laico de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Tenemos con qué hacerlo: la democracia que nos legó Raúl Alfonsín.
*Juan Cruz Candido
Presidente Juventud Radical
Provincia de Santa Fe
@CacuUCR
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