En ocasión de cumplirse el 40 aniversario del derrocamiento del gran presidente chileno Salvador Allende, símbolo de la "vía pacífica al socialismo", compartimos con todos nuestros amigos de la RED federal un breve articulo de Camila Vallejos sobre la vigencia de la figura y el pensamiento del Dr Allende
EL REGRESO DE UN ÍCONO por Camila Vallejos*
Hace un tiempo, las fuerzas progresistas chilenas trataban la figura de Salvador Allende como un ícono. Se señalaban sus cualidades personales y humanas, y se elogiaba su actitud heroica durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973: ¿acaso no había muerto con el arma en la mano? Pero esa celebración, en general, cumplía la función de callar las ambiciones –y los logros- de su gobierno de la Unidad Popular (UP), una coalición que iba desde los comunistas hasta los socialdemócratas.
Ahora bien, las manifestaciones estudiantiles de 2011 – las más importantes desde el regreso de la democracia en 1990- y el surgimiento de numerosos movimientos sociales (sindicales, ecologistas, etc.) en todo el país sacudieron a la izquierda. Actualizaron la necesidad de transformaciones estructurales profundas y ampliaron el horizonte de lo que se podía exigir. No sólo una educación gratuita y de calidad, sino también los medios para obtenerla: reforma fiscal, renacionalización del cobre y sobre todo el fin del modelo neoliberal inscripto en la constitución de 1980 (aprobada bajo la dictadura mediante el llamado a una Asamblea Constituyente). Una vez más se pudo ver la cara de Allende en las calles. Pero esta vez no se trataba de homenajear a un ícono: los manifestantes afirmaban reconocerse en el proyecto político que él encarnaba y que sigue encarnando.
Allende llegó al Palacio de la Moneda en 1970, después de tres intentos electorales infructuosos. Militante socialista, siempre operó con una amplísima convergencia de fuerzas populares que se oponían a las fuerzas imperialistas y a la oligarquía. En una América Latina desgarrada por las guerrillas, propuso abrir una “vía pacífica” hacia la transformación social, en un momento en que su propio partido, en el congreso de Chillán de 1967, clausuraba la vía institucional y prefería llamar a la lucha armada.
Esta visión distinguió a Allende y le permitió, finalmente, encarar un ambicioso programa político: “Hemos triunfado con la misión de derribar definitivamente la explotación imperialista, terminar con los monopolios, llevar a cabo una reforma agraria profunda y digna de ese nombre, controlar el comercio de exportación e importación y, por último, nacional el crédito. Son pilares que sostendrán el progreso de Chile y crearán el capital social que pueda impulsar nuestro desarrollo”, la noche de su victoria. Los mil días de la UP constituyen, a la vez, un proceso inédito de apertura política y un gran sacrificio para el pueblo chileno. Son mil días durante los cuales los partidos políticos, los sindicatos, los cordones industriales y las juntas de abastecimiento y control de precios (JAP) unieron sus fuerzas para hacer surgir un poder popular en condiciones de responder a los intentos desestabilizadores del capital extranjero y los intereses imperialistas.
La experiencia de la UP no fracasó: fue interrumpida. Y la figura de Allende no es la de un presidente idealista que deja tras de sí un proceso político condenado: Por el contrario, encarna la audacia política: la que afirmó la modernidad de un proyecto revolucionario de transformación de la sociedad, no sólo en Chile, sino en todo el continente. Y así trazó un camino que luego tomó gran parte de América del Sur, aún cuando haya sido un contexto diferente, marcado por fuerzas geopolíticas diferentes. Cada avance de estos gobiernos progresistas los acerca un poco más a Allende.
Pues mencionar el nombre de Salvador Allende no es solamente evocar el pasado. Es pensar el presente y preparar el futuro.
*Camila Vallejos (ex presidente FECH) – "El Regreso de un Ícono" - Le Monde Diplomatique edición cono sur –septiembre de 2013
Hace un tiempo, las fuerzas progresistas chilenas trataban la figura de Salvador Allende como un ícono. Se señalaban sus cualidades personales y humanas, y se elogiaba su actitud heroica durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973: ¿acaso no había muerto con el arma en la mano? Pero esa celebración, en general, cumplía la función de callar las ambiciones –y los logros- de su gobierno de la Unidad Popular (UP), una coalición que iba desde los comunistas hasta los socialdemócratas.
Ahora bien, las manifestaciones estudiantiles de 2011 – las más importantes desde el regreso de la democracia en 1990- y el surgimiento de numerosos movimientos sociales (sindicales, ecologistas, etc.) en todo el país sacudieron a la izquierda. Actualizaron la necesidad de transformaciones estructurales profundas y ampliaron el horizonte de lo que se podía exigir. No sólo una educación gratuita y de calidad, sino también los medios para obtenerla: reforma fiscal, renacionalización del cobre y sobre todo el fin del modelo neoliberal inscripto en la constitución de 1980 (aprobada bajo la dictadura mediante el llamado a una Asamblea Constituyente). Una vez más se pudo ver la cara de Allende en las calles. Pero esta vez no se trataba de homenajear a un ícono: los manifestantes afirmaban reconocerse en el proyecto político que él encarnaba y que sigue encarnando.
Allende llegó al Palacio de la Moneda en 1970, después de tres intentos electorales infructuosos. Militante socialista, siempre operó con una amplísima convergencia de fuerzas populares que se oponían a las fuerzas imperialistas y a la oligarquía. En una América Latina desgarrada por las guerrillas, propuso abrir una “vía pacífica” hacia la transformación social, en un momento en que su propio partido, en el congreso de Chillán de 1967, clausuraba la vía institucional y prefería llamar a la lucha armada.
Esta visión distinguió a Allende y le permitió, finalmente, encarar un ambicioso programa político: “Hemos triunfado con la misión de derribar definitivamente la explotación imperialista, terminar con los monopolios, llevar a cabo una reforma agraria profunda y digna de ese nombre, controlar el comercio de exportación e importación y, por último, nacional el crédito. Son pilares que sostendrán el progreso de Chile y crearán el capital social que pueda impulsar nuestro desarrollo”, la noche de su victoria. Los mil días de la UP constituyen, a la vez, un proceso inédito de apertura política y un gran sacrificio para el pueblo chileno. Son mil días durante los cuales los partidos políticos, los sindicatos, los cordones industriales y las juntas de abastecimiento y control de precios (JAP) unieron sus fuerzas para hacer surgir un poder popular en condiciones de responder a los intentos desestabilizadores del capital extranjero y los intereses imperialistas.
La experiencia de la UP no fracasó: fue interrumpida. Y la figura de Allende no es la de un presidente idealista que deja tras de sí un proceso político condenado: Por el contrario, encarna la audacia política: la que afirmó la modernidad de un proyecto revolucionario de transformación de la sociedad, no sólo en Chile, sino en todo el continente. Y así trazó un camino que luego tomó gran parte de América del Sur, aún cuando haya sido un contexto diferente, marcado por fuerzas geopolíticas diferentes. Cada avance de estos gobiernos progresistas los acerca un poco más a Allende.
Pues mencionar el nombre de Salvador Allende no es solamente evocar el pasado. Es pensar el presente y preparar el futuro.
*Camila Vallejos (ex presidente FECH) – "El Regreso de un Ícono" - Le Monde Diplomatique edición cono sur –septiembre de 2013
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