El concejal de Diamante, Entre Ríos, y miembro de la RED Federal, Francisco Muñoz Mezzavoce, nos brinda su exposición sobre el Fin de Ciclo del Kirchnerismo. Nota para pensar y debatir sobre los tiempos que transcurrimos
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martes, 1 de julio de 2014
viernes, 6 de junio de 2014
Represión en el Chaco: Guerra de pobres, beneficio de pocos
Los jóvenes militantes de la RED Federal, queremos hacer público nuestro REPUDIO a las represiones llevadas a cabo en el Chaco el pasado miércoles, bajo las órdenes del Gobernador “que esta de turno”.
Este miércoles 4 de junio, como todos los miércoles desde el inicio del año, la Multisectorial Contra el Ajuste, la Entrega y la Represión convocó a una concentración frente a la Casa de Gobierno del Chaco para realizar una serie de reclamos a la gestión del gobernador A CARGO, Juan Carlos Bacileff Ivanoff (que reemplaza al actual jefe de Gabinete Jorge Capitanich). La movilización convocó a miles de personas provenientes de distintos puntos de la provincia, incluyendo a organizaciones campesinas y de pueblos originarios. Pero la única respuesta que recibieron fue otra brutal represión de policial ordenada por Bacilieff Ivanoff, ordenada mientras el ex gobernador Capitanich presentaba un informe como Jefe de Gabinete ante el Congreso Nacional.
La convocatoria planteaba muchos reclamos, como el fin del ajuste a trabajadores con aumentos insignificantes devorados por la inflación, por descuentos a los días de paro, por quita de agua a las comunidades rurales y de alimentos a las organizaciones campesinas y a la mayoría de las organizaciones sociales, las precarias condiciones de salud, y educación, la no entrega de los recursos naturales y en contra de las salvajes represiones sufridas en estos sectores populares en varios lugares del Chaco y en una lucha que se encuentra en su máximo punto antes del mundial -de fútbol- y del receso administrativo”
Somos Radicales, Reformistas, defendemos la Democracia y la libertad de expresión, defendemos el derecho a reclamar por los derechos que nos corresponden, llevamos la bandera de la pluralidad, no jugamos con la necesidad, y NOS MOLESTA LA INJUSTICIA… Hoy en día, trbajamos fuertemente en una alternativa real que revierta esta dura realidad actual: GENTE POBRE CON UNIFORME, en nombre de quienes se enriquecieron vilmente con los fondos del estado, REPRIMIENDO A GENTE POBRE CON HAMBRE.
"La movilización pacífica de la ciudadanía es más fuerte que la violencia", Raúl Alfonsín.
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Marcos Curletto – Mesa Nacional RED Federal (Córdoba) – Vicepresidente 2º Juventud Radical Nacional
Marcelo Watrakiewicz – Mesa Nacional RED Federal (Buenos Aires)
Pilar Fernández – Mesa Nacional RED Federal (Corrientes)
Juan Cruz Candido - Mesa Nacional RED Federal (Santa Fé)
Marcelo Sosa – Mesa Nacional RED Federal (Chaco)
Vanina Zalazar – Mesa Nacional RED Federal (Mendoza)
Diego Trujillo – Mesa Nacional RED Federal (Jujuy)
Ariel Martoccia - Mesa Nacional RED Federal (Catamarca)
Adrián Bendicente - Mesa Nacional RED Federal (Santa Fé)
Agustina Malandra - Mesa Nacional RED Federal (Buenos Aires)
Marco Puriccelli - Mesa Nacional RED Federal (Córdoba)
Constanza Patek Cittanti - Mesa Nacional RED Federal (Santa Cruz)
miércoles, 11 de diciembre de 2013
CONTRA LA PROPIEDAD por Martín Caparrós*
Saqueos en Córdoba - 03 de diciembre de 2013 |
Es una de esas cosas que solo se ven cuando se rompen: la ventana quebrándose, convertida en astillas. El resto del tiempo está ahí, transparente, casi invisible, marcando los espacios: lo que está adentro, lo que queda afuera. El resto del tiempo está -tan presente, tan discreta- y siempre me sorprendió que funcionara: uno de los grandes misterios de las sociedades contemporáneas es que las personas respeten la propiedad ajena. Es difícil: supone que millones y millones vivan mirando lo que querrían tener pero acepten que no van a tenerlo porque hay leyes y policías que lo impiden.
Es cruel -escribí hace un par de años-: les muestran todo el tiempo lo que no pueden, los invitan todo el tiempo a lo que no pueden: vestirse lindo, viajar, cogerse rubios, andar en coche, comer todos los días. Todo está ahí, como al alcance de la mano; que no estiren la mano requiere la eficacia extraordinaria de dos herramientas: el miedo, la ideología. El miedo es obvio: si lo agarrás te agarran y te joden; se llama represión, y es indispensable para que funcione todo el resto.
Más todavía lo es la ideología: consiste en justificar que algunos tienen mucho y otros muy poco a través de discursos –relatos– que van cambiando con los tiempos: que los más claros deben tener y los oscuros no, que los señores sí y los vasallos no, que los españoles sí y los indios no, que un dios les ha dado a unos y quitado a otros; que las mujeres no pueden poseer, que tiene el que trabaja y el que no tiene es porque es vago o tonto; que, en síntesis, quien adquirió como sea tal o cual objeto lo hizo suyo y nadie más puede tenerlo a menos que le dé algo a cambio. La propiedad privada, le decían, cuando se hablaba de esas cosas. Es un milagro –es el gran milagro social de los últimos diez mil años– que tantos millones respeten esa idea, esa ilusión tan laboriosamente sostenida. Pero eso no la hace menos frágil: de vez en cuando se rompen ciertos diques y la ilusión estalla. Entonces, de pronto, parece tan extraña.
A veces, cuando alguien muestra que es posible agarrar lo que está ahí, es como si no hacerlo no tuviera sentido. De pronto todo lo que siempre pareció prohibido parece natural –y el dique de la ideología se agrieta. El dique de la ideología no es gratis para los que lo usan: deben mostrar cierta conducta, cierta coherencia. Para que los poderosos puedan imponer el respeto de la propiedad privada deben respetarla a su vez. Cuando se ve que no la toman muy en serio –que roban los bienes del Estado, por ejemplo–, se les complica un poco. Es la famosa impunidad, que crea escuela.
Si todos estamos convencidos de que los poderosos estiran la mano cada vez que quieren y se llevan lo que les gusta sin que les pase nada; si los poderosos se cagan en las reglas que los hicieron poderosos, que los mantienen poderosos, los demás no encuentran razones para respetar esas reglas –y las rompen en cuanto llega la ocasión. El costo de la famosa corrupción es sobre todo ése y es sobre todo para ellos: invalidar sus propias normas, perder la ventaja que les permite mantener sus ventajas.
El aparato ideológico del capitalismo clásico tenía su astucia: pretendía que la propiedad era el resultado del esfuerzo, del trabajo duro. Ligaba la propiedad a una conducta, una forma de vida. Ahora millones ven que los más ricos son los grandes ladrones o los muy afortunados. Gobernantes, futbolistas, tetonas, cantores de basura, gritones en la tele: si los bienes se consiguen sin mérito, sin mayor esfuerzo, ¿por qué no yo? ¿Qué razón para que no los tenga? Por eso, supongo, tantos piensan que robar es una opción que les compete.
Todos los días, en todos los lugares: robar es poner en acto la crítica más básica, más leve de la idea de propiedad. No estar en contra de la propiedad; estar en contra de que sea para otros. Saquear es un modo de robar que demuestra, además, que sólo la represión –ya no la ideología– mantiene el aparato funcionando. El saqueo es un síntoma fuerte.
Ayer, en Córdoba. Bastó que la policía en huelga se retirara de los lugares que suele frecuentar –y controlar– para que miles de señoras y señores se lanzaran a agarrar todo lo que pudieron: para que el peso de la ideología no valiera un mango. Para que miles demostraran que se cagan en la famosa propiedad privada.
(Discusiones: la vox populi dice que estos saqueos son ilegítimos porque los que saquean no tienen hambre sino que quieren cosas, cosas que incluso venderán. Como si el estado de necesidad extrema sí sirviera para legitimar el quiebre de la propiedad privada. No creo que les convenga establecer ese tipo de excepciones, que postulan que la regla se puede aplicar salvo cuando se aplica demasiado.)
Decir, como dicen los gobiernos, que estos saqueos no son un problema político sino delincuencial es demostrar una vez más su tontería. El problema político que tienen, que tiene todo su sistema, es la caída de la vigencia de su discurso básico: el respeto por la propiedad. Si lo único que hay entre los bienes ajenos y su apropiación son las balas de la policía, están al horno: no hay suficiente policía, no hay balas suficientes. Digo: si no reinventan valores ideológicos para sostener el edificio, se les termina de caer –encima nuestro– más temprano que tarde.
Es raro vivir en los escombros. Es cruel -escribí hace un par de años-: les muestran todo el tiempo lo que no pueden, los invitan todo el tiempo a lo que no pueden: vestirse lindo, viajar, cogerse rubios, andar en coche, comer todos los días. Todo está ahí, como al alcance de la mano; que no estiren la mano requiere la eficacia extraordinaria de dos herramientas: el miedo, la ideología. El miedo es obvio: si lo agarrás te agarran y te joden; se llama represión, y es indispensable para que funcione todo el resto.
Más todavía lo es la ideología: consiste en justificar que algunos tienen mucho y otros muy poco a través de discursos –relatos– que van cambiando con los tiempos: que los más claros deben tener y los oscuros no, que los señores sí y los vasallos no, que los españoles sí y los indios no, que un dios les ha dado a unos y quitado a otros; que las mujeres no pueden poseer, que tiene el que trabaja y el que no tiene es porque es vago o tonto; que, en síntesis, quien adquirió como sea tal o cual objeto lo hizo suyo y nadie más puede tenerlo a menos que le dé algo a cambio. La propiedad privada, le decían, cuando se hablaba de esas cosas. Es un milagro –es el gran milagro social de los últimos diez mil años– que tantos millones respeten esa idea, esa ilusión tan laboriosamente sostenida. Pero eso no la hace menos frágil: de vez en cuando se rompen ciertos diques y la ilusión estalla. Entonces, de pronto, parece tan extraña.
A veces, cuando alguien muestra que es posible agarrar lo que está ahí, es como si no hacerlo no tuviera sentido. De pronto todo lo que siempre pareció prohibido parece natural –y el dique de la ideología se agrieta. El dique de la ideología no es gratis para los que lo usan: deben mostrar cierta conducta, cierta coherencia. Para que los poderosos puedan imponer el respeto de la propiedad privada deben respetarla a su vez. Cuando se ve que no la toman muy en serio –que roban los bienes del Estado, por ejemplo–, se les complica un poco. Es la famosa impunidad, que crea escuela.
Si todos estamos convencidos de que los poderosos estiran la mano cada vez que quieren y se llevan lo que les gusta sin que les pase nada; si los poderosos se cagan en las reglas que los hicieron poderosos, que los mantienen poderosos, los demás no encuentran razones para respetar esas reglas –y las rompen en cuanto llega la ocasión. El costo de la famosa corrupción es sobre todo ése y es sobre todo para ellos: invalidar sus propias normas, perder la ventaja que les permite mantener sus ventajas.
El aparato ideológico del capitalismo clásico tenía su astucia: pretendía que la propiedad era el resultado del esfuerzo, del trabajo duro. Ligaba la propiedad a una conducta, una forma de vida. Ahora millones ven que los más ricos son los grandes ladrones o los muy afortunados. Gobernantes, futbolistas, tetonas, cantores de basura, gritones en la tele: si los bienes se consiguen sin mérito, sin mayor esfuerzo, ¿por qué no yo? ¿Qué razón para que no los tenga? Por eso, supongo, tantos piensan que robar es una opción que les compete.
Todos los días, en todos los lugares: robar es poner en acto la crítica más básica, más leve de la idea de propiedad. No estar en contra de la propiedad; estar en contra de que sea para otros. Saquear es un modo de robar que demuestra, además, que sólo la represión –ya no la ideología– mantiene el aparato funcionando. El saqueo es un síntoma fuerte.
Ayer, en Córdoba. Bastó que la policía en huelga se retirara de los lugares que suele frecuentar –y controlar– para que miles de señoras y señores se lanzaran a agarrar todo lo que pudieron: para que el peso de la ideología no valiera un mango. Para que miles demostraran que se cagan en la famosa propiedad privada.
(Discusiones: la vox populi dice que estos saqueos son ilegítimos porque los que saquean no tienen hambre sino que quieren cosas, cosas que incluso venderán. Como si el estado de necesidad extrema sí sirviera para legitimar el quiebre de la propiedad privada. No creo que les convenga establecer ese tipo de excepciones, que postulan que la regla se puede aplicar salvo cuando se aplica demasiado.)
Decir, como dicen los gobiernos, que estos saqueos no son un problema político sino delincuencial es demostrar una vez más su tontería. El problema político que tienen, que tiene todo su sistema, es la caída de la vigencia de su discurso básico: el respeto por la propiedad. Si lo único que hay entre los bienes ajenos y su apropiación son las balas de la policía, están al horno: no hay suficiente policía, no hay balas suficientes. Digo: si no reinventan valores ideológicos para sostener el edificio, se les termina de caer –encima nuestro– más temprano que tarde.
*Publicado originalmente en el Blog "Pamplinas" del diario el país en su edición del día 04 de diciembre de 2013
martes, 10 de diciembre de 2013
Educación en Argentina: LA DÉCADA PERDIDA
por EMILIO CORNAGLIA*
La semana pasada se dieron a conocer los resultados de la “prueba PISA” y con ello se reavivó el debate acerca del estado de la Educación en el país. Con estos exámenes se produce un informe comparativo, que analiza el rendimiento de estudiantes de 15 años en ciencias, matemáticas y lecto-comprensión. Es llevado adelante cada tres años por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y actualmente evalúa a 65 países entre los cuales Argentina quedó ubicada en el puesto 59.
Lo primero que sale a la luz ante esta situación es la ausencia de debate en torno al sistema educativo. La Nación, las Provincias, los partidos políticos y la sociedad civil rehúyen a la discusión sobre el estado de nuestras escuelas y universidades. Cuando surgen hechos incontrastables, como las tomas de los colegios o incluso la publicación de esta prueba PISA, el debate es pobre y generalmente apunta más a deslegitimar lo expresado por algunas voces que a entrar en el análisis profundo de lo que acontece. Discutimos nuestra Educación con anteojeras puestas.
Algunos dirigentes gremiales, como Stella Maldonado de CTERA, fueron más complacientes con el Gobierno que con sus representados, y salieron por la tangente criticando la “prueba PISA”. Los argumentos utilizados son válidos: sabemos que la OCDE coordina políticas económicas y sociales a nivel mundial, y son los países centrales los que “dirigen la batuta”. Sabemos que su interés está puesto en aspectos macroeconómicos, concibiendo a la educación en términos mercantilistas y pensando a los estudiantes como una pieza más de la maquinaria. Pero no podemos esconder bajo la alfombra la profunda crisis del sistema educativo argentino, ni responsabilizar a la OCDE por algo que debemos hacer nosotros.
La reacción del Ministro de Educación ante el informe PISA 2013 fue decir que “esperábamos mejores resultados”, luego de haber construído un complejo andamiaje argumental, evadiendo sus responsabilidades como Ministro y derivándolas hacia los docentes, los propios alumnos y sus familias. Nada dice Sileoni acerca de la terrible tasa de abandono y deserción escolar -medida por el propio Gobierno-, que refleja que 7 de cada 10 niños que empiezan la escuela primaria no llegan a finalizar la secundaria. Ni una palabra acerca del olvido en el que tienen a un millón de docentes, que perciben salarios indignos y poca formación. Tampoco menciona la pérdida de calidad y la falta de adaptación de los contenidos pedagógicos a los nuevos tiempos que corren. Sólo se jacta de haber repartido 3.800.000 netbooks y haber duplicado el porcentaje del PBI para Educación.
Otras voces, como la de algunos especialistas en materia educativa, hacen un esfuerzo por comprender los resultados de la prueba PISA para encontrar elementos que permitan identificar nuestros problemas y construir mejores soluciones. Desde la Federación Universitaria Argentina venimos alertando insistentemente al Ministerio y sus autoridades sobre la crisis del sistema educativo. Lamentablemente, el autismo y la sordera con que se manejan impiden encarar un diagnóstico conjunto, vedando con ello la posibilidad de forjar compromisos a mediano y largo plazo que permitan salir del laberinto. Seguimos convencidos de que la Educación debe ser un pilar fundamental para la construcción de una Democracia que elimine de una vez y para siempre el flagelo de la pobreza y la marginalidad, que forme en valores a sus ciudadanos, promoviendo su libertad e igualdad. En este fin de año convulsionado, con hechos que ponen de manifiesto una profunda fragmentación social, el Gobierno Nacional sigue cerrando las puertas del Ministerio de Educación, impidiendo a los protagonistas del sistema educativo encontrar la respuesta a un problema que no están dispuestos a ver, pero cuyas consecuencias salen a la luz cada vez con más crudeza.
*Actual Presidente de la Federación Universitaria Argentina - Miembro de la RED Federal
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